En filosofía no se piensa más que con metáforas.
Althusser – «Elementos de autocrítica»
En el caso de éste, vemos solamente todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, empujarla y ayudarla a subir por una pendiente cien veces recomenzada; vemos el rostro crispado, la mejilla pegada contra la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de greda, un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de este prolongado esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, llega a la meta. Sísifo contempla entonces cómo la piedra rueda en unos instantes hacia ese mundo inferior del que habrá de volver a subirla a las cumbres. Y regresa al llano.
Bartleby no es una metáfora del escritor, ni el símbolo de nada. Se trata de un texto de una violenta comicidad, y lo cómico siempre es literal. Se asemeja a las narraciones de Kleist, de Dostoievski, de Kafka o de Beckett, con las cuales forma una subterranea y brillante secuencia. No quiere decir más de lo que literalmente dice. Y lo que dice y repite es PREFERIRÍA NO HACERLO, I would prefer not to. Es la fórmula de su gloria, y todos sus lectores fascinados la repiten. Un hombre delgado y pálido ha pronunciado esta fórmula que inquieta a todo el mundo. ¿En qué consiste la literalidad de la fórmula?
Se notará ante todo un cierto manierismo, una cierta solemnidad: el uso de prefer en este sentido es raro, y ni el jefe de Bartleby, el abogado, ni los empleados lo utilizan habitualmente (Extraña palabra que yo jamás utilizo…»). La fórmula más corriente sería I had rather not. Pero, por encima de todo, la extravagancia de la fórmula supera las propias palabras: aun siendo gramatical y sintácticamente correcta, su abrupta terminación NOT TO, al dejar en lo indeterminado aquello que rechaza, le confiere un carácter radical, una especie de función – límite. Y su repetición, su insistencia, la hacen aún más insólita en su totalidad. Susurrada con una voz suave, paciente, átona, se convierte en algo imperdonable, en un aliento único e inarticulado. En este sentido, está dotada de la misma fuerza- y desempeña el mismo papel- que si se tratara de una fórmula agramatical. (…)
«En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto.»
Nietzsche – «Sobre verdad y mentira en sentido extramoral«
Extraído de “Los últimos días de Emmanuel Kant” – Thomas de Quincey
I
“Kant no sudaba nunca, ni de día ni de noche. Era asombroso el calor que podía soportar en su estudio, y llegaba a sentirse mal si disminuía un solo grado. En verano se ponía ropa ligera y llevaba calcetines de seda; pero como esa ropa no impedía que sudara al realizar alguna actividad física, empleó otro medio para evitarlo, se desplaza a un lugar con sombra y allí permanecía estático (en la actitud de un hombre que escucha o que espera) hasta que quedaba restablecido su sequedad habitual. Y en la noche de verano más sofocante, cuando el sudor había manchado ligeramente su camisa al dormir, resaltaba esa circunstancia como si fuese un grave accidente que lo había conmocionado profundamente.
Ya que estamos comentando nociones fisiológicas de Kant, añadiré una peculiaridad: por miedo a impedir el flujo sanguíneo jamás llevaba ligas para sujetar las medias. Como no podía mantener sin ellas sus medias a la altura deseada, ideó un refinado artilugio que quisiera describir. En unos bolsillitos, situados a la altura del muslo y más pequeños que un reloj, llevaba unas cajitas, también como las de un reloj, pero más pequeñas, que contenían una rueda de relojería, a la que estaba fijada una cinta elástica, cuya tensión estaba regulada por otro mecanismo. A los dos extremos de la cinta elástica había unos ganchos que pasaban por una pequeña abertura abierta en los bolsillos y, a continuación, bajando por la cara interna y externa de los muslos, fijaban las medias por medio de presillas.